martes, 28 de diciembre de 2010

Dicotomías...

Ante las situaciones binarias, dicotómicas, duales o bipartitas, una forma usual de encararlas es mediante una actitud imparcial. ¿En qué consiste esta estrategia? Básicamente busca resultar incatalogable. La idea es evitar a toda costa satisfacer el criterio de pertenencia a cualquiera de los dos bandos propuestos. Para lograrlo, el imparcialista mantiene distancia no sólo de los extremos en cuestión sino de toda acción, ya que toda práctica remite al peligro de ser catalogado en base a alguna de ellas. Al no hacer nada, se perpetúa en el estado de indeterminación previo a toda catalogación y por ende, previo al binarismo. Sin embargo, mantenerse inmóvil suele ser agotador, razón por la que termina realizando alguna acción que fácilmente resulta funcional a algún partido. Siempre recuerdo la anécdota de un amigo que no se metía en política. El día de la elección fue a votar (el voto es obligatorio) y eligió al azar la boleta que metió en el sobre. Cuando abandonó su imparcialismo, resultó funcional a un partido.
La segunda estrategia recurrente para encarar el binarismo suele ser la del “punto medio”. Consiste en mezclar los bandos opuestos en cantidades iguales. Se suele justificar esta actitud diciendo que conserva lo mejor de cada postura sin tomar partido por ninguna de ella. El problema es que esta mezcla suele ser demasiado híbrida: si los extremos son muy opuestos e incompatibles, la mezcla resulta difícil cuando no imposible; y aún cuando se la obtiene, ese punto medio resulta fácilmente absorbido por alguno de los extremos durante los avances y retrocesos de los bandos en pugna. Y aún en los momentos en que esta mezcla sobreviva, cualquier agudización de la dicotomía la deja rápidamente expuesta a su propia hibridez y sus contradicciones (que por lo general justificará aduciendo una “relación dialéctica” entre los elementos extremos que hace coexistir). Y por último: cualquier problema general en algún extremo se trasladará a las partes que comparte con la mezcla, mientras que cualquier éxito de un bando será fácilmente monopolizado por éste. Me viene a la memoria una charla con un pastor evangélico acerca de si está bien tomar alcohol o no. Su ingeniosa respuesta fue que ni sí ni no, hay que beber con moderación. Sin embargo, lo que hacía era ponerse del lado de los que decían que sí está bien (mezcla imposible). Lo que realmente hubiese quebrado el paradigma es que algún adherente del tomar, inventase un alcohol que sepa igual de bien pero que no provoque los problemas físicos usuales de la ingesta desmedida del alcohol común. O que un abstemio acérrimo inventase un método de triplicar la duración de la vida mediante una dieta de cero alcohol. En cualquiera de estos casos, asumo que el paradigma caería.
La tercera y última estrategia que aquí comentamos, suelo asociarla al discurso de ciertos partidos de izquierda. Esta estrategia suele consistir en hacer surgir un tercer bando mediante un cúmulo de acciones que no pertenezcan a ninguno de los dos bandos. Señalemos que desde el vamos, esta actitud es mucho más digna: busca superar el paradigma imperante, a diferencia de las otras posturas que buscan más bien sobrellevar la situación. Sin embargo, los que adhieren a esta estrategia (los llamo los “tercera posición”, perdón a los peronistas mi poca literatura para las nomenclaturas) chocan rápidamente en un escollo: al querer realizar sus acciones equidistantes y distintas a los extremos encuentran que “en los dualismos un poco estrictos, casi todas las acciones suelen pertenecer, por definición u omisión, a alguno de los dos extremos”. Entonces a los “tercera posición” suele quedarles, como únicas opciones para ejercer, un muy pequeño número de prácticas y acciones que se encuentran desvinculadas. Y esto añade un nuevo problema a esta estrategia: en las situaciones bipartitas, el conjunto de los recursos y herramientas necesarios para lograr una práctica significativa, suele estar dividido entre los extremos en pugna, razón por la que cualquier práctica que se sustraiga de ellos, también se sustrae de los elementos necesarios para darle potencia a la acción. Y así se torna imposible romper el odiado estado dualista de las cosas. Pienso en los partidos de izquierda que viven prometiendo quebrar el bipartidismo y lo único que conocen es la fractura de sus propias agrupaciones. Siempre en pos de una pureza ideológica que los aísla tanto de los extremos bipartitos como de la realidad con la cual se consideran comprometidos.
Y creo que todas estas posturas, que tiene su común denominador en ser intentos por eludir las opciones duales, fallan porque ignoran (o simplemente omiten) el funcionamiento de un paradigma:
Los paradigmas (en este caso cualquier paradigma binario) suele quebrarse luego de un proceso de “acumulación de anomalías”, es decir, de acumulación de problemas que el paradigma es incapaz de resolver con sus recetas. Y estas anomalías, sólo se consiguen ejerciendo el paradigma. Y esto resulta fatal para las posturas arriba descritas: el quiebre del bipartidismo les implicaría ejercer aquello que condenan.
Ignoran (u omiten) que las situaciones duales, bipartitas no suelen ser quebradas por aquellos que voz en cuello profetizan que quebrarán el status quo. Todo lo contrario, los cambios son realizados por grupos o individuos que, tomando una posición y haciendo uso de todas las herramientas que su bando le provee, aportan una original y creativa relectura o práctica, dando lugar a algo nuevo, que cambia la situación imperante. No es el moderado, muchas veces disfrazado de prudente, el que hace avanzar las cosas. Suele ser el extremista que, usando su cabeza (o sus músculos) de una manera original, vuelca la balanza para un lugar insospechado hasta entonces.
Dos ejemplo: Lutero nunca buscó separarse de la Iglesia Católica, es más, desde el marco que su formación teológica católica le daba intentó dar respuestas a sus preguntas; y terminó por generar el “bando” protestante, quebrando el paisaje que hasta ese entonces no era más que un grupo de diferentes facciones católicas. Kepler, adherente del heliocentrismo copernicano, luego de intentar encuadrar durante ocho años el movimiento de Marte (la anomalía) en la teoría copernicana, llegó a la conclusión de las órbitas elípticas: conservando así el heliocentrismo de Copérnico pero cambiando de raíz toda la mecánica circular que se le suponía al cielo.


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